
Por Ramiro Décima
Me despierto y busco en la oscuridad el teléfono, lo enciendo y empiezo la rutina. Desde hace años es casi siempre igual, una especie de ritual espantoso, que ya no espanta tanto. Chequeo algún correo, una notificación, alguna noticia de impacto, un video de reparaciones que guardo y nunca uso para nada.
Black mirror es una serie de ciencia ficción que trata sobre las bondades y no tanto que acarrea el uso las tecnologías en un mundo sobreestimulado, o quizá, sobre cómo el consumismo y el remolino de la información nos fagocita en los distintos escenarios virtuales.
La serie en cuestión tuvo una primera temporada muy exitosa, no tan solo por la temática que atravesaba sus entregas, sino porque, revelaba la vulnerabilidad, el sometimiento y la subordinación que supone la interacción con los dispositivos que nos conectan con la gran internet.
Recordaba, además, días pasados un cuento de Ray Bradbury de su libro crónicas marcianas. Donde un equipo de exploradores llega a Marte para realizar una expedición, luego de que una comitiva anterior se esfumara sin emitir señales. Comandados por el capitán John Black el grupo avanzan sigiloso, con armas sofisticadas para la ocasión. A lo lejos reconocen una figura, una silueta, una persona. Conforme se acercan uno de los navegantes empieza a correr a su encuentro, fundiéndose en un abrazo, era su abuela, fallecida hace veinte años. Gradualmente, uno a uno, fueron reencontrándose con algún ser querido desaparecido. Y así el equipo se olvida por completo de su misión.
Al final del día todos los tripulantes perecen, sin que se use la fuerza, en manos de sus familiares.
Me quedo observando por la ventana y pensando si acaso fue una muerte voluntaria o sencillamente sucumbieron, como con las tecnologías, a la rendición de lo inevitable. Una vez más tomo mi teléfono y me miro en su pantalla oscura y descubro mi rostro cansado, gastado y abrumado. Lo enciendo y me olvido por completo de todo lo que he escrito en este texto.