
Soy El Profe Tissera y quiero compartir una reflexión que vengo elaborando hace tiempo, a partir de mis experiencias en el aula, las charlas con colegas y el contacto permanente con estudiantes que viven en una realidad cada vez más digital. Enseñar en el siglo XXI no tiene nada que ver con cómo se enseñaba hace veinte o treinta años. Y sin embargo, muchas veces sentimos que el sistema educativo no logra aggiornarse al ritmo de las transformaciones tecnológicas y sociales que atraviesan a nuestras comunidades escolares. Por eso me pregunto, ¿estamos listos para los desafíos de la educación moderna? ¿Cómo podemos, desde nuestro rol docente, construir aprendizajes significativos en una era donde el celular, la inteligencia artificial y el algoritmo son más consultados que un libro?

Una brecha que no solo es digital, sino también pedagógica
No se trata solo de tener conectividad o acceso a dispositivos. La verdadera brecha está en cómo usamos la tecnología para enseñar y aprender. Según un informe de la UNESCO, América Latina es la región con mayores desigualdades en el acceso educativo, y dentro de ella, Argentina presenta una situación mixta: por un lado, avances en inclusión digital con programas como Conectar Igualdad; por el otro, grandes diferencias entre provincias, zonas rurales y urbanas, y entre niveles socioeconómicos. En un estudio reciente del Observatorio Argentinos por la Educación, solo el 54% de las escuelas públicas primarias tiene conexión a internet de calidad, y menos del 40% de los docentes afirma haber recibido formación específica en herramientas digitales.

Los estudiantes ya cambiaron: ¿y nosotros?
No podemos seguir enseñando como si estuviéramos en 1995. Hoy nuestros alumnos están hiperconectados, tienen acceso inmediato a la información, manejan códigos visuales, memes, reels, lenguaje inclusivo y algoritmos de recomendación. ¿Qué lugar tiene el aula tradicional frente a esa lógica? La respuesta no es desechar lo anterior, sino integrarlo. Debemos convertirnos en mediadores, en guías, en diseñadores de experiencias significativas que partan del mundo en el que ellos ya habitan. Una encuesta de la Fundación Telefónica reveló que el 73% de los adolescentes argentinos utiliza internet para aprender por su cuenta temas que les interesan. El desafío es claro: tenemos que estar ahí también nosotros, ofreciendo contenido riguroso, empático y actualizado.

Tecnología con sentido pedagógico
Incorporar tecnología en el aula no se trata solo de poner computadoras o proyectar un video. Se trata de pensar nuevas estrategias didácticas. ¿Qué tal si hacemos podcasts con nuestras clases? ¿Y si usamos simuladores virtuales para experimentar en física o química? ¿Y si aprovechamos herramientas como Canva o Genially para que los estudiantes presenten sus trabajos de manera creativa y visualmente atractiva? En la pandemia aprendimos a utilizar Zoom, Google Classroom, Meet y muchas otras plataformas. Pero ahora el desafío es pasar de la emergencia a la planificación sostenida.

Inteligencia artificial: ¿enemiga o aliada?
Muchos docentes me preguntan si la inteligencia artificial (IA) no va a reemplazarnos. Yo creo todo lo contrario. Herramientas como ChatGPT, por ejemplo, pueden ayudarnos a diseñar clases, redactar materiales adaptados a diferentes niveles, preparar evaluaciones o incluso analizar los avances del curso. Claro que hay que usarlas con criterio pedagógico y ético, y por eso es urgente que los institutos de formación docente incluyan estas temáticas. La IA no va a sustituir el vínculo humano, la mirada del maestro, el acompañamiento que hacemos. Pero puede ser un gran recurso si lo sabemos aprovechar.

Una escuela que no se adapte, se queda atrás
El mundo del trabajo cambió. Las habilidades digitales, la creatividad, la capacidad de colaborar y resolver problemas complejos ya no son opcionales. No podemos seguir formando estudiantes para un mundo que ya no existe. Según un informe del Foro Económico Mundial, el 65% de los niños que hoy ingresan a la primaria trabajarán en empleos que todavía no existen. Entonces, ¿qué sentido tiene seguir repitiendo contenidos de memoria o evaluando con métodos arcaicos? Necesitamos una pedagogía del presente, que mire al futuro sin olvidar las raíces.

El rol del Estado y las políticas públicas
Nada de esto es posible sin inversión. La infraestructura digital, la capacitación docente, la actualización curricular y la producción de contenidos educativos requieren de una política educativa integral. No alcanza con que un docente bien intencionado haga lo que puede con lo que tiene. Necesitamos un Estado presente que garantice condiciones de igualdad. Las políticas públicas deben dejar de pensar la educación como gasto y empezar a entenderla como la inversión más estratégica de todas. El presupuesto educativo debe crecer, no reducirse.

Conclusiones: enseñar en tiempos de cambio
Como docente de escuela pública, estoy convencido de que podemos transformar la educación argentina. Pero eso solo será posible si enfrentamos los nuevos desafíos con creatividad, compromiso y una mirada colectiva. La tecnología no es un enemigo; es una oportunidad. Pero para aprovecharla necesitamos tiempo institucional, formación continua, recursos y sobre todo, una comunidad educativa que dialogue, que se escuche, que innove sin perder lo esencial: el encuentro humano, la palabra compartida, el deseo de aprender.

