
Por Ramiro Décima
Hace pocas horas vialidad nacional desmembraba la escultura de Osvaldo Bayer. Una silueta de su rostro entrado en años, que ocupaba un lugar emblemático y que ejercía resistencia en medio de la intemperie fue tirada abajo, y con ella la representación de una forma de lucha.
Pero ¿qué encierran las imágenes que necesitan derrumbarse, esconderse o quitarse de la vista? ¿es cierto que guardan una potencia inusitada?
Realizo una caminata por los sitios y lugares que en alguna ocasión conformaron el itinerario de mis días. A la distancia diviso mi objetivo y sin titubeos voy a su cruce. Se trata de una pieza que se encuentra en frente del archivo histórico de la provincia de Córdoba, sobre la transitada calle Poeta Lugones, allí la señalada obra se eleva imponente, no tanto por las dimensiones que presenta sino más bien por tratarse de una singular figura. Un albañil provisto de cuchara y balde arremete en la fisonomía del lugar. Un obrero de la construcción que pasa, por momentos, desapercibido en medio de la vorágine automovilística.
Acaso en un intento por desmaterializar su figura, por mimetizarla con el concreto, por esconder su esplendor, por acallar su gestualidad, por entorpecer su expresividad, por enmudecer su ímpetu, que algún funcionario de turno decidió apostarlo en un sitio tan colmado de movimiento, pero a la vez, tan poco atractivo para su contemplación, su disfrute.
Por ahora es un enigma para mí en qué circunstancias fue creado, sin embargo, pese a tratarse de una escultura tradicional, en sus formas y parámetros, imprime vientos de reivindicación y entereza, mostrándole a los distraídos transeúntes el envión de un oficio tantas veces vapuleado y postergado.